12/11/2025

Volumen 10 – Octubre 20, 1911

Mi adorable Jesús daba compasión, lloraba mucho, apoyaba su rostro sobre el mío y sentía sus lágrimas sobre mí. Yo, viéndolo llorar lloraba también y le decía: “¿Qué tienes, oh Jesús, que lloras? Te ruego que no llores, vierte sobre mí tus penas, hazme tomar parte de tus amarguras, pero no llores porque me siento morir por el dolor… Y Jesús: “Ah hija mía, tú no sabes cuánto me hacen, si tú lo vieras morirías por el dolor…  lo que están haciendo ellos mismos me están arrancando este castigo, ellos me han arrancado el flagelo de la guerra».

Entonces parecía que era tanto el dolor de Jesús y la necesidad de que alguien lo aliviase, que se ha estado casi siempre junto conmigo, y yo ahora le hablaba de amor, ahora lo reparaba, ahora rogábamos juntos, ahora le veía la cabeza para ver si tenía la corona de espinas para quitársela. Jesús tenía deseos de estarse conmigo, todo se dejaba hacer; eran tantos los pecados que se cometían que no quería ir en medio a las gentes.

FIAT