
Volumen 4 – Marzo 12, 1903
Jesús habla de su vida y de la Eucaristía.
“Hija mía, lo mismo sucedió cuando en el consistorio de la Sacrosanta Trinidad se decretó el misterio de la Encarnación para salvar al género humano, y Yo unido con su Voluntad acepté y me ofrecí víctima por el hombre; todo fue unión entre las Tres Divinas Personas y todo fue planeado juntos, pero cuando me puse a la obra llegó un momento, especialmente cuando me encontré en el ambiente de las penas, de los oprobios, cargado de todas las maldades de las criaturas, que me quedé solo y abandonado por todos, hasta por mi amado Padre; y no sólo esto, sino que así, cargado de todas las penas como estaba, debía forzar al Omnipotente que aceptara y que me hiciera continuar mi sacrificio por la salvación de todo el género humano, presente, pasado y futuro. Y esto lo obtuve. El sacrificio dura aún, el esfuerzo es continuo, si bien esfuerzo todo de amor, ¿y quieres saber dónde y cómo? En el sacramento de la Eucaristía, en él el sacrificio es continuo, perpetuo, es la fuerza que hago al Padre para que use misericordia con las criaturas y con las almas para obtener su amor, y me encuentro en continuo contraste de morir continuamente, si bien todas muertes de amor”.
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¿Qué celebramos en la Liturgia de la Eucaristía? ¿Somos conscientes de qué sucede en esta parte de la Misa? Muchas veces, e incluso me atrevería a decir, que muchos creyentes no saben qué sucede en este momento del divino sacrificio. Veamos qué nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
1367 CIC – El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio: «La víctima es una y la misma. El mismo el que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, el que se ofreció a sí mismo en la cruz, y solo es diferente el modo de ofrecer» (Concilio de Trento: DS 1743). «Y puesto que en este divino sacrificio que se realiza en la misa, se contiene e inmola incruentamente el mismo Cristo que en el altar de la cruz «se ofreció a sí mismo una vez de modo cruento»; […] este sacrificio [es] verdaderamente propiciatorio» (Ibíd).
Dice Jesús en esta lectura del Libro de Cielo que el sacrificio de su muerte en la cruz dura aún, que el esfuerzo es continuo, pero que es un esfuerzo de AMOR. Se inmola continuamente en la Eucaristía para interceder por nosotros al Padre. Está claro que la primera vez en la cruz fue por amor, pero hubo sangre y hubo muerte. Ahora, en cada misa, vive una muerte de amor por nosotros y por todas las generaciones pasadas, presentes y futuras.
Ofrezcámonos como víctimas de amor para dar gloria y gracias al Padre por todas esas muertes incruentas que vive perpetuamente su Hijo por amor nuestro, y por intercesión nuestra ante su Padre, en nuestro nombre y en el de todas las criaturas, porque este sacrificio perpetuo sostiene nuestra existencia sobre la faz de la tierra. Por eso, en nuestra pequeñez ofrezcamos nuestra voluntad como víctima perpetua para la extensión del Reino como Él hace por la salvación nuestra, y así volver al orden, puesto y finalidad para la que fuimos creados por Dios.
En cada misa, en el ofertorio, unidos a esa «muerte de amor» del Salvador ofrezcamos siempre nuestra voluntad humana en un acto desinteresado de amor verdadero al Creador, para que el Cielo al bajar sobre el altar se quede para siempre en la tierra.
FIAT
Fdo. Elena 🕊️