Diciembre 25, 1900

Ve el Nacimiento de Jesús.

Ahora, en el momento en que el Niñito salió a la luz, yo habría querido volar para tomarlo entre mis brazos, pero los ángeles me lo impidieron, diciéndome que le correspondía a la Madre el honor de ser la primera en tomarlo. Entonces la Virgen Santísima como sacudida ha vuelto en sí, y de las manos de un ángel recibió al Hijo en sus brazos, lo estrechó tan fuerte en el arrebato de amor en que se encontraba, que parecía que lo quisiera meter de nuevo en Ella, después queriendo dar un desahogo a su ardiente amor, lo puso a mamar de sus pechos. Mientras tanto yo permanecía toda aniquilada, esperando ser llamada para no recibir otro regaño de los ángeles. Entonces la Reina me dijo:
“Ven, ven a tomar a tu amado y gózalo también tú, desahoga con Él tu amor”.
En cuanto dijo esto me acerqué, y la Mamá me lo puso en los brazos. ¿Quién puede decir mi contento, los besos, los abrazos, las ternuras? Después de que me desahogué un poco le dije: “Amado mío, Tú has tomado leche de nuestra Mamá, hazme partícipe”. Y Él condescendiendo, de su boca derramó parte de esa leche en la mía, y después me ha dicho:
“Amada mía, Yo fui concebido unido al dolor, nací al dolor y morí en el dolor, y con los tres clavos con que me crucificaron clavé las tres potencias: inteligencia, memoria y voluntad de aquellas almas que desean amarme, haciéndolas quedar todas atraídas a Mí, porque la culpa las había vuelto enfermas, dispersas de su Creador y sin ningún freno”.

En este segundo domingo de Adviento no vamos a encender una vela, sino que vamos a tomar la Luz purísima del Nacimiento del Niño, donde Jesús Luz sale del seno materno de la Luz Madre, y vamos a ser esa vela, esa luz en medio de las criaturas. En este profundo misterio vamos a envolvernos de esa Luz divina para meditar los dolores que explica el pequeño niño: «fui concebido unido al dolor, nací al dolor y morí en el dolor», y así, en cada una de las penas que vivamos en esta semana las vamos a unir a ese mismo dolor del Niño, para convertirlas en oraciones de adoración. Su concepción en el seno virginal fue una prisión de dolor, donde no podía llorar, ni gemir, ni moverse, y donde sentía todas las penas de la voluntad humana de las criaturas en su pequeñita Humanidad. Nació al dolor de la prisión de su Humanidad donde todo un Dios permanecía oculto en la restringida humanidad de Jesús, y ocultamente rehizo y reparó todo acto de criatura. Y murió de penas inauditas en una Pasión, no solo externa, sino interna. Y toda pena fue para restituir el Reino de la Divina Voluntad en medio a las criaturas. Seamos Luz junto a Él para corresponderle en sus penas, en nuestro nombre y en el de todos. No nació por nacer, sino para restituirte la Vida Divina, que tantas penas le costó.

FIAT.