Diciembre 25, 1920

La suerte Sacramental de Jesús es más dura aún que su suerte infantil.

Después ha regresado mi dulce Jesús, era un tierno niño, gemía, lloraba y temblaba por el frío; se ha arrojado en mis brazos para que lo calentara; yo me lo he estrechado fuerte, fuerte, y según mi costumbre me fundía en su Querer para encontrar los pensamientos de todos junto con los míos y circundar al tembloroso Jesús con las adoraciones de todas las inteligencias creadas; las miradas de todos, para hacerlas mirar a Jesús y distraerlo del llanto; las bocas, las palabras, las voces de todas las criaturas, a fin de que todas lo besaran para no hacerlo gemir y con su aliento lo calentaran. Mientras esto hacía, el niñito Jesús no gemía más, ha cesado de llorar, y habiéndosele quitado el frío me ha dicho:
“Hija mía, ¿has visto qué cosa me hacía temblar, llorar y gemir? El abandono de las criaturas. Tú me las
has puesto a todas en torno a mí, me he sentido mirado, besado por todas y he calmado mi llanto, pero has de saber que mi suerte Sacramental es más dura aún que mi suerte infantil: La gruta, si bien fría, era espaciosa, tenía aire para respirar; la hostia también es fría, es tan pequeña que casi me falta el aire. En la gruta tuve un pesebre con un poco de heno por lecho, en mi Vida Sacramental aun el heno me falta, y por lecho no tengo más que metales duros y helados. En la gruta tenía a mi amada Mamá que frecuentemente me tomaba con sus purísimas manos y me cubría con besos ardientes para calentarme, me calmaba el llanto, me nutría con su leche dulcísima; todo lo contrario en mi Vida Sacramental, no tengo una Mamá, si me toman, siento el toque de manos indignas, manos que huelen a tierra y a estiércol; ¡oh! cómo siento más esta peste que la del estiércol de la gruta, en vez de cubrirme con besos me tocan con actos irreverentes, y en vez de leche me dan la hiel de los sacrilegios, de los descuidos, de las frialdades. En la gruta, San José no dejó que me faltara una lamparita de luz en las noches; aquí en el sacramento, ¿cuántas veces quedo en la oscuridad, aun en la noche? ¡Oh! cómo es más dolorosa mi suerte Sacramental, cuántas lágrimas ocultas no vistas por ninguno, cuántos gemidos no escuchados. Si te ha movido a piedad mi suerte infantil, mucho más te debe mover a piedad mi suerte
Sacramental”.

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La tercera vela del Adviento simboliza la Alegría. A medida que se acerca el día de Navidad, nuestra alegría va aumentando y nos une a la alegría de los pastorcitos cuando se desplazaron para ver a Jesús y adorarlo. Vayamos nosotros también hasta el Sagrario para adorarlo, y ahí, delante de Jesús, meditemos sus mismas palabras sobre su suerte Sacramental. Reparemos los sacrilegios, calentemos su aterido cuerpo con nuestras adoraciones, con nuestro «te amo», démosle la fragancia de nuestros giros, la luz de los soles divinos de nuestras obras hechas en Voluntad Divina, y cuando lo recibamos en nuestra alma seamos esa leche dulcísima de la Vida Divina en nosotros al liberarlo de la prisión de la Hostia Sacramental. Miremos el Sagrario como ese Pesebre Viviente donde Jesús nos espera, y en nosotros espera el reconocimiento y las adoraciones de todos.

FIAT.