Día 4: El cuarto paso de la Divina Voluntad en la Reina del Cielo. La prueba.
«El Fiat Divino me dijo: “No te pido un fruto como a Adán, ¡no, no! Sino que te pido tu voluntad, tú la tendrás como si no la tuvieras, bajo el imperio de mi Querer Divino que te será vida, y así se sentirá seguro de hacer lo que quiera de ti.” Así, el Fiat Supremo hizo el cuarto paso en mi alma, pidiéndome por prueba mi voluntad, esperando de Mí mi Fiat y la aceptación de tal prueba.»
FIAT
Florecita: Hoy para honrarme vendrás tres veces sobre mis rodillas maternas y me llevarás todas tus penas, de alma y de cuerpo, llevarás todo a tu Mamá y Yo te las bendeciré para infundir en ellas la fuerza, la luz, la gracia que se requiere.
Día 3º:El tercer paso de la Divina Voluntad en la Reina del Cielo.La sonrisa de toda la Creación por la concepción de la celestial Niña.
Escucha, hija mía: En cuanto la Divinidad festejó mi Concepción, el FIAT Supremo realizó el tercer paso en mi pequeña humanidad. Pequeñita como era, me dotó de razón divina y movida toda la creación a fiesta me hizo reconocer por todas las cosas creadas como a su Reina. Todo el universo, alabándome, se postró a mis pies, y si bien no había Yo nacido aún en la tierra, el cielo ofreció formar con el manso y dulce centelleo de sus estrellas una refulgente corona sobre mi cabeza; el mar me exaltó con el elevarse y bajarse de sus olas impetuosas; en suma, no hubo ninguna cosa creada que no uniera su propio regocijo a la sonrisa y a la fiesta de la Sacrosanta Trinidad. Toda la naturaleza aceptó mi dominio, mi imperio, mi mando y se sintió honrada de proclamarme Reina del Cielo y de la tierra, sujetándose a Mí, como siglos atrás se había sujetado a Adán antes de su caída.
FIAT
Florecita: Hoy para honrarme mirarás el cielo, el sol, la tierra, y uniéndote con todos, por tres veces recitarás tres glorias para agradecer a Dios el haberme constituido Reina de todos.
2º Día: La primera sonrisa de la Trinidad Sacrosanta ante su Inmaculada Concepción.
Cuando el FIAT Divino hizo su segundo paso en Mí, llevó mi germen humano, por Él purificado y santificado ante la Divinidad, a fin de volcarse a torrentes sobre mi pequeñez en el acto de ser concebida, y la Divinidad descubriendo en Mí, bella y pura su obra creadora, sonrió de complacencia y queriéndome festejar, el Padre Celestial vertió en Mí mares de Potencia, el Hijo mares de Sabiduría, el Espíritu Santo mares de Amor. Así que Yo quedé concebida en la luz interminable de la Divina Voluntad y en medio de estos mares divinos…Debes saber que Yo te amo mucho y quisiera ver tu alma llena de mis mismos mares, y así puedas captar la atención del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, pero para esto ellos quieren encontrar en ti su misma Voluntad, porque no quieren confiar a tu voluntad sus mares de Potencia, Sabiduría y Amor y bellezas indecibles.
FIAT
Florecita: Hoy para honrarme vendrás tres veces sobre mis rodillas, entregándome tu querer diciéndome: “Mamá mía, quiero que mi voluntad sea tuya, a fin de que me la cambies por la Voluntad Divina.”
Día 1º: La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad. El primer paso de la Divina Voluntad en la Inmaculada Concepción de la Mamá celestial.
«Hija mía, escúchame, es mi corazón materno que te ama tanto y que quiere volcarse sobre ti; debes saber que te tengo aquí escrita en mi corazón, el cual te ama como verdadera hija, pero siento un dolor porque no te veo igual a tu Mamá, ¿pero sabes quién nos vuelve diferentes? ¡Ah! es tu voluntad la que te quita la frescura de la gracia, la belleza que enamora a tu Creador, la fuerza que todo vence y soporta, el amor que todo consume, en suma, no es la Voluntad que anima a tu Mamá celestial».
FIAT
Florecita: Hoy para honrarme, desde la mañana y en todas tus acciones pondrás tu voluntad en mis manos diciéndome: “Mamá mía, ofrece Tú misma el sacrificio de mi voluntad a mi Creador.”
“¡Qué amarga separación! Me siento sin vida, sin embargo vivo, pero la vida es más dura que la muerte, sin embargo, sea por amor tuyo tu misma privación, por amor tuyo la amargura que siento, por amor tuyo mi corazón desgarrado, por amor tuyo la vida que no siento aunque vivo, y para hacer que te sea más grato, uno este mi sufrir en la inmensidad de tu amor y te ofrezco con el mío tu mismo amor”. Pero mientras esto decía se ha movido en mi interior y me ha dicho:
“Cómo es dulce y deleitable a mi oído la nota del amor, dila, dila otra vez, repítela de nuevo, recrea mi oído con estas notas de amor tan armoniosas que me descienden hasta en el corazón y todo me endulzan”.
“Hija Mía, La Unión de las obras humanas con las mías, es garantía para salvarse, porque si dos personas trabajan en un mismo terreno, el trabajar en aquel terreno es garantía de que ambas deberán cosechar; así quien une sus obras con las mías, Es como si trabajara en mi mismo terreno, por lo tanto, ¿ no deberá cosechar en mi reino? ¿ tal vez deberá trabajar junto Conmigo en mi terreno, y deberá cosechar en un reino extraño a Mí? ¡Ciertamente que no!”
“Hija mía, ¿qué será si cesa la música en el mundo?” Y yo: “Señor, ¿qué música puede cesar?” Y Él ha agregado: “Tu música amada mía, porque cuando el alma sufre por Mí, ruega, repara, alaba, agradece continuamente, es una continua música a mi oído, y me quita de sentir la iniquidad de la tierra, y por lo tanto de castigar como conviene, y no sólo eso, sino que es música en las mentes humanas y las aleja de hacer cosas peores. Entonces, si Yo te llevo, ¿no cesará la música? Para Mí es nada, porque no será otra cosa que transportarla de la tierra al Cielo, y en vez de tenerla en la tierra la tendré en el Cielo, ¿pero el mundo cómo hará?”
Lectura de libro de cielo volumen 13, nov. 8 de 1921. Vivir en el Divino Querer significa multiplicar la Vida de Jesús con todo el bien que contiene.
1) Encontrándome en mi habitual estado, mi siempre amable Jesús se ha hecho ver tomando una luz que estaba en mi interior y se la llevaba. Yo he gritado: “Jesús, ¿qué haces, me quieres dejar a oscuras?” Y Él con toda dulzura me ha dicho: (2) “Hija mía, no temas, me llevo tu pequeña luz y te dejo la mía. Esta pequeña luz no es otra cosa que tu voluntad, que habiéndose puesto de frente a la mía ha recibido el reflejo de mi Voluntad, por eso se ha hecho luz. Yo me la llevo para hacerla girar, la llevaré al Cielo como la cosa más rara y más bella, cual es la voluntad humana que ha recibido el reflejo de la Voluntad de su Creador; la haré girar entre las Divinas Personas, a fin de que reciban los homenajes, las adoraciones de sus reflejos, sólo dignos de Ellas, y después la mostraré a todos los santos, a fin de que también ellos reciban la gloria de los reflejos de la Voluntad Divina en la voluntad humana, y después la haré correr por toda la tierra, a fin de que todos tomen parte en tan gran bien”. (4) “¿Ves qué significa vivir en mi Querer? Es multiplicar mi Vida por cuantas veces se quiere, es repetir todo el bien que mi Vida contiene”.
Continuando mi habitual estado, en cuanto ha venido el bendito Jesús me ha dicho: “Hija mía, la obediencia es el aire para mi estancia en el alma, donde no hay este aire de la obediencia, puedo decir que no hay lugar para Mí dentro de aquella alma, y estoy obligado a estarme afuera”.
«Hija mía, mi Amor por la criatura es grande, mira cómo la luz del sol invade la tierra, si tú pudieras deshacer esa luz en tantos átomos, en aquellos átomos de luz oirías mi voz melodiosa, que te repetirían uno tras otro: «Te amo, te amo, te amo». De modo que no te darían tiempo para numerarlos, quedarías ahogada en el amor. Y en realidad te amo: te amo en la luz que llena tus ojos, te amo en el aire que respiras, te amo en el murmullo del viento que llega a tus oídos, te amo en el calor y en el frío que siente tu cuerpo, te amo en la sangre que corre en tus venas, te amo en el latido de tu corazón te dice mi latido, te amo te repito en cada pensamiento de tu mente, te amo en cada movimiento de tus manos, te amo en cada paso de tus pies, te amo en cada palabra, porque nada sucede dentro y fuera de ti si no concurre un acto mío de amor hacia ti, así que un te amo mío no espera al otro; y de tus te amo, ¿cuántos son para Mí?»
“Hija mía, ¿sabes quién eres tú? Tú eres Luisa de la Pasión del Tabernáculo; cuando te participo las penas, entonces eres del calvario; cuando no, permaneces del Tabernáculo, mira cómo es así: Yo en el Tabernáculo nada tengo de exterioridades, ni de cruces, ni de espinas, sin embargo la inmolación es la del mismo calvario, las peticiones son las mismas, el ofrecimiento de mi Vida continúa aún, mi Voluntad no ha cambiado en nada, me quema la sed de la salvación de las almas, así que puedo decir que las cosas de mi Vida Sacramental unidas con mi Vida mortal están siempre en un punto, y no han disminuido en nada, pero todo es interno, así que si tu voluntad es la misma de cuando Yo te participaba mis penas, tus ofrecimientos son semejantes, tu interior está unido Conmigo, con mi Voluntad, ¿no tengo razón en decirte que eres Luisa de la Pasión del Tabernáculo?
“Hija mía, Si tú no puedes estar sin Mí, y tanto te soy necesario, es señal de que tú eres necesaria a mi amor, porque según uno se vuelve necesario a otro, es señal que aquel es necesario al otro; por eso, si bien alguna vez parece que no debo venir y tú te fatigas, y veo la necesidad que tienes de Mí, y según crece en ti la necesidad, crece también en Mí, y digo entre Mí: voy a ella a tomar este alivio a mi amor, y es por eso que después de que te has fatigado, Yo vengo”.
Encontrándome fuera de mí misma, veía al padre con dificultades respecto a la gracia que quiere, y Jesús bendito otra vez con San José le decían: “Si te pones a la obra, todas tus dificultades desaparecerán, y se caerán como escamas de pez”.
“Hija mía, todas las vidas humanas están en mi Humanidad en el Cielo como dentro de un claustro, y estando dentro de mi claustro, de Mí parte el régimen de sus vidas, no sólo esto, sino que mi Humanidad siendo claustro, hace las vidas de cada alma; cual no es mi alegría cuando las almas se están en este claustro, y el eco que sale de mi Humanidad se combina con el eco de cada vida humana de la tierra; y cual es mi amargura cuando veo que las almas no están contentas y se salen, y otras se están, pero forzadas y de mala gana, no se someten a las reglas y al régimen de mi claustro, por eso los ecos no se combinan juntos”.
Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 1-9
El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”.
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró.
En eso llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos.
Nos encontramos en la Vigésimo Segunda Hora (de las 2 a las 3 de la tarde del Viernes Santo) y contemplamos la séptima palabra de Jesús en su agonía en la Cruz. Hoy sábado santo, en medio del Solemne Silencio Litúrgico y gran expectación de la vigilia Pascual de esta noche, queremos acompañar a nuestra Madre en la soledad de su resguardo y recogimiento del Gran “Sabbath”, descanso. Metiéndonos en la mirada de María y escuchando con sus oídos de Madre aquellas última palabras de Jesús en la tierra : “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!” (Lucas 23,46).
«¡Todo está consumado!» (Jn 19, 30) Oh mi Jesús, ya lo has agotado todo, ya no te queda nada más, el amor ha llegado a su término. Y yo, ¿me he consumido toda por tu amor? ¿Qué agradecimiento no deberé yo darte, cuál no tendrá que ser mi gratitud hacia Ti? Oh mi Jesús, quiero reparar por todos, reparar por las faltas de correspondencia a tu amor, y consolarte por las afrentas que recibes de las criaturas mientras te estás consumiendo de amor sobre la cruz.
«¡Tengo sed!» (Jn 19, 28) ¡Ah! esta palabra la repites a cada corazón: «Tengo sed de tu voluntad, de tus afectos, de tus deseos, de tu amor; agua más fresca y dulce no puedes darme, que tu alma. ¡Ah! no me dejes quemar, tengo sed ardiente, por lo cual no sólo me siento quemar la lengua y la garganta, tanto que no puedo más articular palabra, sino que me siento también secar el corazón y las entrañas. ¡Piedad de mi sed, piedad!»
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Tú, estás próximo a morir, las mismas penas tan fieles a ti están por dejarte; entre tanto, después de tanto sufrir, ves con inmenso dolor que no todas las almas están incorporadas en Ti , más bien descubres que muchas se perderán, y sientes la dolorosa separación de ellas que se arrancan de tus miembros”.
Entre tanto, viendo que no tienes nada más qué darle, habiéndole dado todo, entonces ves a tu Mamá que está más que agonizante por causa de tus penas, y es tanto el amor que la tortura, que la tiene crucificada a la par contigo. Madre e Hijo os entendéis, y Tú suspiras con satisfacción y te consuelas viendo que puedes dar tu Mamá a la criatura, y considerando en Juan a todo el género humano, con voz tan tierna para enternecer a todos los corazones dices: «Mujer, he ahí a tu hijo». (Jn 19, 26) Y a Juan: «He ahí a tu Madre». (Jn 19, 27)
“Y de él haces el primer triunfo de tu amor. Pero en tu amor veo que no es solamente al ladrón a quien le robas el corazón, sino a tantos moribundos. ¡Ah! Tú pones a su disposición tu sangre, tu amor, tus méritos y usas todos los artificios y estratagemas divinos para tocarles el corazón y robarlos todos para Ti. Pero aquí también tu amor se ve impedido. ¡Cuántos rechazos, cuántas desconfianzas y también cuántas desesperaciones! Y es tanto el dolor, que de nuevo te reduces al silencio.
Quiero, oh mi Jesús, reparar por aquellos que desesperan de la Divina Misericordia en el punto de la muerte. Dulce amor mío, inspira a todos confianza y seguridad ilimitada en Ti solo, especialmente a aquellos que se encuentran en las estrechuras de la agonía, y en virtud de esta palabra tuya concédeles luz, fuerza y ayuda para poder volar de esta tierra al Cielo. En tu santísimo cuerpo, en tu sangre, en tus llagas, contienes todas, todas las almas, oh Jesús. Por los méritos de tu preciosísima sangre no permitas que ni siquiera una sola alma se pierda, tu sangre grite aún a todas, junto con tu voz: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso.”
Después los discípulos se pusieron a discutir sobre cuál de ellos debería ser considerado como el más importante. Jesús les dijo: «Los reyes de los paganos los dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Pero ustedes no hagan eso, sino todo lo contrario: que el mayor entre ustedes actúe como si fuera el menor, y el que gobierna, como si fuera un servidor. Porque, ¿quién vale más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de ustedes como el que sirve. Ustedes han perseverado conmigo en mis pruebas, y yo les voy a dar el Reino, como mi Padre me lo dio a mí, para que coman y beban a mi mesa en el Reino, y se siente cada uno en un trono, para juzgar a las doce tribus de Israel».
«¡Oh! cruz, ¿tan cruel debías ser con mi Hijo? ¡Ah, en nada los has perdonado! ¿Qué mal te había hecho? No me has permitido a Mí, su dolorosa Mamá, darle ni siquiera un sorbo de agua cuando la pedía, y a su boca abrasada le has dado hiel y vinagre; mi corazón traspasado me lo sentía licuar y habría querido dar a aquellos labios mi licuado corazón para quitarle la sed, pero tuve el dolor de verme rechazada. Oh cruz, cruel, sí, pero santa, porque has sido divinizada y santificada por el contacto de mi Hijo. Aquella crueldad que usaste con Él, cámbiala en compasión hacia los miserables mortales, y por las penas que Él ha sufrido sobre ti, obtén gracia y fuerza a las almas sufrientes, para que ninguna se pierda por causa de tribulaciones y cruces. Demasiado me cuestan las almas, me cuestan la vida de un Hijo Dios; y Yo, como Corredentora y Madre las confío a ti, oh cruz».
¡Oh mi Jesús! aun después de muerto quieres decirnos que nos amas, atestiguarnos tu amor y darnos un refugio, un albergue en tu propio corazón, por eso, un soldado empujado por una fuerza suprema, para asegurarse de tu muerte, con una lanza te desgarra el corazón, abriéndote una llaga profunda, y Tú, amor mío, derramas las últimas gotas de sangre y agua que contiene tu ardiente corazón. Ah, cuántas cosas me dice esta llaga, producida no por el dolor sino por el amor, y si tu boca está muda, me habla tu corazón y oigo que dice: “Vengan a Mí si queréis ser salvos, en este mi corazón encontraréis la santidad y os haréis santos, encontraréis el consuelo en las aflicciones, la fuerza en la debilidad, la paz en las dudas, la compañía en los abandonos”.
“Mi crucificado agonizante, Jesús, ya estás a punto de dar el último respiro de tu vida mortal. Nada escapa a tu mirada, de todos te despides y a todos perdonas. Después reuniendo todas tus fuerzas y con voz fuerte y sonora gritas: “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu”, e inclinando la cabeza expiras”.
“Crucificado amor mío, mientras contigo rezo, la fuerza raptora de tu amor y de tus penas mantiene fija mi mirada en Ti, pero el corazón se me rompe al verte sufrir tanto, y Tú sufres atrozmente de amor y de dolor, las llamas que queman tu corazón se elevan tan alto, que están en acto de incinerarte; tu amor reprimido es más fuerte que la misma muerte, por eso, queriéndolo desahogar pones tu mirada en el ladrón que está a tu derecha, y queriéndoselo robar al infierno le tocas el corazón, y ese ladrón se siente todo cambiado, te reconoce, te confiesa por Dios”.
«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». (Lc 23, 34) Y de nuevo quedas en silencio, inmerso en penas inauditas. Crucificado Jesús, ¿será posible tanto amor? ¡Ah! después de tantas penas e insultos, la primera palabra es el perdón, y nos excusas ante el Padre por tantos pecados; esta palabra la haces descender en cada corazón después de la culpa, y eres Tú el primero en ofrecerles el perdón. Pero cuántos te rechazan y no lo aceptan, y tu amor da en delirio y quieres dar a todos el perdón y el beso de paz. A esta palabra tuya el infierno tiembla y te reconoce por Dios. La naturaleza y todos quedan atónitos y reconocen tu Divinidad, tu inextinguible amor, y silenciosos esperan para ver hasta dónde llega tu amor. Pero no es sólo tu voz, sino también tu sangre y tus llagas que gritan a cada corazón después del pecado: «Ven a mis brazos, que te perdono, y el sello del perdón es el precio de mi sangre.»
«Oh mi Jesús, ya los verdugos han clavado tus manos y tus pies a la Cruz, y volteándola para remachar los clavos obligan a tu rostro adorable a tocar la tierra empapada por tu misma sangre, y Tú con tu boca divina la besas intentando con este beso besar a todas las almas y vincularlas a tu amor, sellando con esto su salvación. Oh Jesús, quiero tomar yo tu lugar para que tu sacratísimo cuerpo no toque esa tierra impregnada de tu preciosa sangre; quiero estrecharte entre mis brazos, y mientras los verdugos rematan los clavos haz que estos golpes me hieran también a mí y me claven toda a tu amor.»
Lectura de Libro de Cielo Vol. 21 Marzo 31, de 1927
“El fingimiento no trae jamás verdadero bien, ni en el orden civil ni en el religioso, a lo más alguna sombra de bien que huye. He aquí por qué la tan decantada paz se queda en palabras, no en hechos, la convierten en preparativos de guerra. Como ya tú ves muchas razas se han unido para combatir, unas por un pretexto y otras por otro, otras se unirán, pero Yo me serviré de las uniones de estas razas, porque para que venga el Reino de mi Divina Voluntad es necesario que venga la unión de todas las razas por medio de otra guerra mucho más extensa que esta última, en la cual Italia había estado comprometida financieramente. Con la unión de estas razas los pueblos se conocerán y después de la guerra será más fácil la difusión del Reino de mi Voluntad. Por eso ten paciencia en soportar mi privación, es el vacío que quiere formar mi justicia para defender mi amor perseguido. Tú reza y ofrece todo para que el Reino de mi Fiat venga pronto”.
Mi Jesús, amor insaciable, veo que no te das paz, siento tus desvaríos de amor, tus dolores; el corazón te late con fuerza y en cada latido siento explosiones, torturas, violencias de amor, y Tú, no pudiendo contener el fuego que te devora, te afanas, gimes, suspiras, y en cada gemido te oigo decir: «¡Cruz!» Cada gota de tu sangre repite: «¡Cruz!» Todas tus penas, en las cuales como en un mar interminable Tú nadas dentro, repiten entre ellas: «¡Cruz!» Y Tú exclamas: «¡Oh cruz amada y suspirada, tú sola salvarás a mis hijos, y Yo concentro en ti todo mi amor!»
“Quiero ser coronado de espinas, para poner sobre la frente del hombre la corona y restituirle todos los derechos a cualquier honor y gloria; y mis espinas serán ante mi Padre reparaciones y voces de disculpa por los tantos pecados de pensamiento, especialmente de soberbia; serán voces de luz y de súplica a cada mente creada para que no me ofendan. Por eso, Hija mía, tú únete conmigo y ora y repara junto conmigo. Estas espinas dicen que quiero ser constituido rey de cada corazón; a Mí me corresponde todo dominio; tú toma estas espinas y pincha tu corazón y haz salir de él todo lo que a Mí no pertenece y deja las espinas dentro de tu corazón como señal de que Yo soy tu Rey”.
Mi Jesús, estás desnudo, mírenlo, no tiene más figura de hombre, observen sus llagas; ya no se le reconoce. Ah! en este momento solemne se decide tu suerte, a las palabras de Pilatos… se hace un profundo silencio en el Cielo, en la tierra y en el infierno. Y después, como en una sola voz oigo el grito de todos: «¡Crucifícalo, crucifícalo, a cualquier costo lo queremos muerto!» (Lc 23, 21)
«Ustedes, todos los que me aman, vengan a aprender el heroísmo del verdadero amor; vengan a apagar en mi sangre la sed de sus pasiones, la sed de tantas ambiciones, de tantas vanidades y placeres, de tanta sensualidad; en ésta mi sangre encontrarán el remedio a todos sus males».
«¿Eres Tú el rey de los judíos?» (Jn 18, 33) Y Tú mi Jesús, verdadero rey mío respondes: «Mi reino no es de este mundo; de lo contrario millares de legiones de ángeles me defenderían». Y Pilatos conmovido por la suavidad y dignidad de tu palabra, sorprendido te dice: «¿Cómo, Tú eres rey?» (Jn 18, 37) Y Tú: «Es como tú lo dices, Yo lo soy, y he venido al mundo para dar testimonio de la Verdad». (Jn 18, 37) Y Pilatos sin querer saber más y convencido de tu inocencia, sale a la terraza y dice: «Yo no encuentro culpa alguna en este hombre». (Jn 18, 38) Los judíos enfurecidos te acusan de tantas otras cosas, y Tú callas y no te defiendes, y reparas las debilidades de los jueces cuando se encuentran de frente a los poderosos y sus injusticias, y ruegas por los inocentes oprimidos y abandonados. Entonces Pilatos al ver el furor de tus enemigos y para desentenderse te envía a Herodes».
“Caifás, a los reflejos de tu luz se ciega más y te pregunta: “Así que Tú realmente eres el verdadero Hijo de Dios?” Y Tú: “Si, Yo soy el verdadero Hijo de Dios”. Y sin querer saber más, Caifás confirma tu sentencia de muerte y te envía a Pilatos. Y Tú, aceptas está sentencia con amor y resignación, reparando todos los pecados hechos deliberadamente y con toda malicia, y por aquellos que en vez de afligirse por el mal, se alegran y exultan por el mismo pecado, y esto los lleva a la ceguera y a sofocar cualquier luz y gracia en ellos.
«Mi Jesús, maestro divino, ya que en esta prisión tenemos una hora libre y estando solos, quiero hacer no sólo lo que haces Tú, sino limpiarte, reordenarte los cabellos y fundirme en todo Tú, por eso me acerco a tu santísima cabeza y reordenándote los cabellos quiero repararte por tantas mentes trastornadas y llenas de tierra, que no tienen ni un pensamiento para Ti; y fundiéndome en tu mente quiero reunir en Ti todos los pensamientos de las criaturas y fundirlos en tus pensamientos, para encontrar suficientes reparaciones por todos los malos pensamientos, por tantas luces e inspiraciones sofocadas. Quisiera hacer de todos los pensamientos uno solo con los tuyos para darte verdadera reparación y perfecta gloria».
Lc. 15, 1-3,11-32 – Lectura de Libro de Cielo Vol. 25 · Diciembre 21, 1928
Como los peces se deslizan en las aguas del mar, y así como las aguas del mar forman la vida de los peces, la guía, la defensa, el alimento, el lecho, el palacio de estos peces, tanto que si salen del mar pueden decir: «Nuestra vida ha terminado porque hemos salido de nuestra heredad, de la patria que nos dio nuestro Creador. Así estas olas altísimas de llamas que salían de estos mares de fuego, con el devorar a estas criaturas querían ser la vida, la guía, la defensa, el alimento, el lecho, el palacio, la patria de las criaturas, y si salen de este mar de amor encuentran la muerte de un solo golpe, y el pequeño niño Jesús llora, gime, ruega, grita y suspira porque no quiere que ninguno salga de estas sus llamas devoradoras, porque no quiere ver morir a ninguno».
Jesús en medio de los soldados es escarnecido y maltratado. Su silencio es respecto a su honor, su gloria, su potencia; en cambio su elocuencia se manifiesta en su paciencia, sus humillaciones, sus llagas, su aniquilamiento. Jesús nos enseña a sufrir, no mirando a quien me hace sufrir, sino mirando el bien que sacaré de mi sufrimiento, la salvación de las almas. Reparamos en esta hora los pecados nocturnos contra el Santísimo Sacramento y los pecados de quienes sucumben en la prueba. Jesús me pongo en tu lugar y tomo tu amor que repara mis ofensas.
“Hija mía, no he hecho nada de mal y he hecho todo, oh, mi delito es el amor, que contiene todos los sacrificios, el amor de costo inmensurable. Estamos aún al principio; tú estate en mi corazón, observa todo, ámame, calla y aprende; haz que tu sangre helada corra en mis venas para dar alivio a mi sangre que es toda llamas; haz que tu temblor corra en mis miembros a fin de que fundida en Mi puedas afirmarte y calentarte para sentir parte de mis penas, y al mismo tiempo adquirir fuerza al verme sufrir tanto; esta será la más bella defensa que me harás; sé fiel y atenta. ¡Ah! hija, ¿quieres saberlo? Oigo la voz de Pedro que dice no conocerme y ha jurado, ha jurado en falso, y por tercera vez, que no me conoce. ¡Ah! Pedro, ¿cómo? ¿No me conoces? ¿No recuerdas con cuántos bienes te he colmado? ¡Oh, si los demás me hacen morir de penas, tú me haces morir de dolor”.
“Mi Jesús, te abrazo, es más, quiero hacer un apoyo con mi ser; te ofrezco mi mejilla con ánimo y pronta a soportar cualquier pena por amor tuyo; te compadezco por este ultraje, y junto contigo te reparo las timideces de tantas almas que fácilmente se desaniman, por aquellos que por temor no dicen la verdad, por las faltas de respeto debido a los sacerdotes, y por todas las faltas cometidas por murmuraciones”.
“Oh amor incomparable, Tú quedas todo bañado y como cubierto por aquellas aguas pútridas, nauseantes y frías, y en este estado representas a lo vivo el estado deplorable de las criaturas cuando cometen el pecado. ¡Oh, cómo quedan cubiertas por dentro y por fuera con un manto de inmundicias, que dan asco al Cielo y a cualquiera que pudiese verlas, para quitarnos este manto de inmundicias Tú permites que los enemigos te arrojen en ese torrente, y todo sufres para reparar por los sacrilegios y las frialdades de las almas que te reciben sacrílegamente y que te obligan a que entres en sus corazones, peores que el torrente, y que sientas toda la náusea de sus almas”.
8ª HDP – De las 12 de la noche a la 1 de la mañana
“Y ellos, pérfidos e ingratos, en vez de caer humildes y palpitantes a tus pies y pedirte perdón, abusando de tu bondad y despreciando gracias y prodigios te ponen las manos encima y con sogas y cadenas te atan, te inmovilizan, te arrojan por tierra, te pisotean bajo sus pies, te arrancan los cabellos, y Tú, con paciencia inaudita callas, sufres y reparas las ofensas de aquellos que a pesar de los milagros, no se rinden a tu gracia y se obstinan de más. Con tus sogas y cadenas consigues del Padre la gracia de romper las cadenas de nuestras culpas, y nos atas con la dulce cadena del amor. Y corriges amorosamente a Pedro que quiere defenderte, y llega hasta cortar una oreja a Malco; quieres reparar con esto las obras buenas que no son hechas con santa prudencia, y que por demasiado celo caen en la culpa”.
«Hija, ¿estás aquí? ¿Has sido entonces espectadora de mis penas y de las tantas muertes que he sufrido? Debes saber, oh hija, que en estas tres horas de amarguísima agonía he reunido en Mí todas las vidas de las criaturas, y he sufrido todas sus penas y sus mismas muertes, dando a cada una mi misma vida. Mis agonías sostendrán las suyas; mis amarguras y mi muerte se cambiarán para ellas en fuente de dulzura y de vida. ¡Ah, cuánto me cuestan las almas! ¡Si fuese al menos correspondido! Por eso tú has visto que mientras moría, volvía a respirar, eran las muertes de las criaturas que sentía en Mi».
Lc. 13, 1-9 – Lectura de Libro de Cielo Vol. 12 Septiembre 28, 1917
Los actos hechos en la Divina Voluntad son soles que iluminan a todos, y servirán para hacer que se salve quien tenga un poco de buena voluntad. Dice Jesús “Los actos hechos en mi Voluntad son como soles que iluminan a todos, y mientras dura el acto de la criatura en mi Voluntad, un sol de más resplandece en las mentes ciegas, y quien tiene un poco de buena voluntad encontrará luz para salvarse del precipicio, los demás, todos perecerán, por eso en estos tiempos de densas tinieblas, cuánto bien hacen los actos de la criatura hechos en mi Voluntad, quien se salve será únicamente en virtud de estos actos”.
Oh Jesús, delicia de mi corazón, veo que la multitud de todos los pecados, nuestras miserias, nuestras debilidades, los más enormes delitos, las más negras ingratitudes, te vienen al encuentro, se arrojan sobre ti y te aplastan, te hieren, te muerden… Y Tú, ¿qué haces? La sangre que te hierve en las venas hace frente a todas estas ofensas, rompe las venas y en copiosos arroyos brota fuera, te empapa todo y corre hasta la tierra, dando sangre por ofensas, Vida por muerte… ¡Ah, a qué estado te veo reducido, estás expirando ya! Oh bien mío, dulce vida mía, no te mueras, levanta la cara de esta tierra que has mojado con tu sangre preciosísima, ven a mis brazos y haz que yo muera en vez de ti… Pero oigo la voz trémula y moribunda de mi dulce Jesús, que dice: «¡Padre, si es posible, pase de Mí este cáliz, pero hágase no mi voluntad sino la Tuya!» Ya es la segunda vez que oigo esto de mi dulce Jesús. ¿Pero que es lo que me quieres hacer comprender con estas palabras: «Padre, si es posible pase de Mí este cáliz?» Oh Jesús, se te hacen presentes todas las rebeliones de las criaturas, ves por casi todas rechazado aquel «Hágase tu Voluntad» que debía ser la vida de cada criatura, y éstas, en vez de encontrar la vida, encuentran la muerte; y Tú, queriendo dar la vida a todas y hacer una solemne reparación al Padre por las rebeliones de las criaturas, por tres veces repites: «¡Padre, si es posible pase de Mí este cáliz», es decir, «el cáliz amargo de que las almas, separándose de nuestra Voluntad, se pierdan». «Este cáliz es para Mí muy amargo; sin embargo, no se haga mi voluntad, sino la Tuya».
“Hija, ¿estás aquí? ¡Ah! te estaba esperando, y era ésta la tristeza que más me oprimía, el total abandono de todos, y te esperaba a ti para hacerte ser espectadora de mis penas. Hija mía, ¿quieres saber quién me atormenta más que los mismos verdugos? Es más, estos verdugos son nada en comparación de esto. Es el amor eterno que queriendo el primado en todo, me está haciendo sufrir todo junto y en las partes más íntimas lo que los verdugos me harán sufrir poco a poco”.
“El Padre se enternece ante la voz tierna y afectuosa del Hijo, y desciende del Cielo. Está ya sobre el altar y unido con el Espíritu Santo para concurrir con el Hijo. Y Jesús con voz sonora y conmovedora pronuncia las palabras de la consagración, y sin dejarse a Sí mismo, crea a Sí mismo en aquel pan y en aquel vino. Después te das en comunión a tus apóstoles, y creo que nuestra Celestial Mamá no quedó privada de recibirte. ¡Ah Jesús, los Cielos se postran, y todos te mandan un acto de adoración en tu nuevo estado de tan profundo aniquilamiento!”
“Oh Jesús, ya llegas al cenáculo junto con tus amados discípulos y te pones a cenar con ellos. Qué dulzura, qué afabilidad no muestras en toda tu persona al abajarte a tomar por última vez el alimento material. Allí todo es amor en Ti, también en esto no sólo reparas por los pecados de gula, sino que impetras también la santificación del alimento, y así como éste se convierte en fuerza, así nos obtienes la santidad hasta en las cosas más bajas y más comunes (…). Oh Jesús, mientras permanezco en tu corazón, dame también a mí el alimento como se lo diste a los apóstoles, el alimento de tu divina Voluntad, el alimento del amor, el alimento de la palabra divina. Jamás me niegues, oh mi Jesús, este alimento que Tú tanto deseas darme, de modo de formar en mí tu misma vida”.
“Mi adorable Jesús, mientras junto contigo he tomado parte en tus dolores y en los de la afligida Mamá, veo que te decides a partir para ir a donde el Querer del Padre te llama. Es tanto el amor entre Hijo y Madre que os vuelve inseparables, por lo que Tú te quedas en el corazón de la Mamá, y la Reina y dulce Mamá se deja en el tuyo, de otra manera os habría sido imposible el separaros.
(…) ¡ah! todo me dice cuánto la amas y cuánto sufres al dejarla, pero para cumplir la Voluntad del Padre, con vuestros corazones fundidos el uno en el otro, a todo os sometéis, queriendo reparar por aquellos que, por no vencer las ternuras de los parientes y amigos, los vínculos y los apegos, no se preocupan por cumplir el Querer Santo de Dios y corresponder al estado de santidad al que Dios los llama. ¡ ¡Qué dolor no te dan estas almas al rechazar de sus corazones el amor que quieres darles”.
«Oh dulce Mamá, después de haber girado y vuelto a girar para pedir a la Trinidad Sacrosanta, a los ángeles, a todas las criaturas, a la luz del sol, al perfume de las flores, a las olas del mar, a cada soplo de viento, a cada llama de fuego, a cada hoja que se mueve, al centellear de las estrellas, a cada movimiento de la naturaleza un “te bendigo”, vengo a Ti y uno mis bendiciones a las tuyas».
Lc. 9, 28b-36. Lectura de Libro de Cielo Vol 21 – Marzo 22, 1927
Efectos de cuando surge el Sol de la Divina Voluntad en el alma.
“Así, en cuanto surge mi Querer, todos los actos humanos quedan investidos de luz, toman su puesto de honor en mi Voluntad, cada uno recibe su especial tinte de belleza y la vivacidad de los colores divinos, de modo que el alma queda transfigurada y cubierta de una belleza indescriptible. Conforme surge el Sol de mi Querer pone en fuga todos los males del alma, quita el sopor que han producido las pasiones, más bien ante la luz del Fiat Divino las mismas pasiones besan aquella luz y ambicionan convertirse en virtudes para hacer homenaje a mi eterno Querer; en cuanto Él surge todo es alegría, y las mismas penas que, como mares en la noche dan temor a las pobres criaturas, si surge mi Querer pone en fuga la noche de la voluntad humana y quitando todo temor forma su fondo de oro en aquellas penas y con su luz inviste las aguas amargas de las penas y las cristaliza en mares de dulzura, de modo de formar un horizonte encantador y admirable, ¿qué no puede hacer mi Querer? Todo puede hacer y todo puede dar, y donde surge hace cosas dignas de nuestras manos creadoras”.